por Teresa Jiménez-Millas
Durante el pasado mes, he tenido el privilegio de poder trabajar en un cartonaje egipcio, y ¡no menos es la suerte que tengo de poder escribir este artículo en mi lengua materna! Me han consentido mucho en este equipo.

Poco o nada sabemos de la procedencia de la obra, fue una donación a la colección egipcia del museo por parte del Sr. Thomas A. Scott en el siglo XIX, y es un estupendo ejemplar para estudiar tanto la técnica del cartonaje como el tipo de intervenciones que se hacían en el pasado.
La nomenclatura es una derivación del francés “cartonnage”, término usado en egiptología para hacer referencia a la técnica en la que finas capas de yeso se aplicaban sobre un soporte que podía ser fibra (lino) o papiro, permitiendo la flexibilidad suficiente para moldear y obtener las formas deseadas de la silueta del difunto, algo parecido al papel maché para que os hagáis una idea. Sobre este aparejo de yeso se elaboraban la policromía y el dorado.
Esta pieza ocupaba la zona pectoral de la momia. La imagen representa una figura alada con el disco solar sobre la cabeza, posiblemente Nut, quien junto a su hermano Geb eran los padres de Isis, cuya historia es central en la resurrección de los extintos.
En cuanto al proceso de restauración de esta obra, lo primero que nos llamó la atención fue el soporte adherido al reverso, que no formaba parte del original, y por otra parte el gran número de fracturas y pérdidas que presentaba el anverso.

Por la tipología de esta obra sabemos que no era plana y que tenía cierta curvatura, pues su función era decorar y descansar en el pecho de la momia. En este caso, parece que la persona que intervino la pieza en el pasado no tuvo en cuenta esto y añadió un cartón con mucho adhesivo en el reverso, de manera que la pieza ¡quedó completamente aplanada!
En este tratamiento de conservación lo fundamental era eliminar ese soporte trasero para relajar la obra, pese a que esto supusiera que los fragmentos antes unidos quedaran sueltos y desprendidos. Este paso se hizo mecánicamente con la ayuda de un bisturí y bajo las lentes del microscopio.

Se quiso evitar cualquier contacto con un medio acuoso, pues ante una obra tan frágil cualquier fluctuación de humedad podría afectar negativamente al soporte, a las capas pictóricas y al dorado.
Con el paso de los días se pudo observar cómo cada fragmento iba recuperando su forma primigenia, recobrando cierta curvatura y relajándose. Esto determinó el resto del proceso, pues se decidió no forzar la unión de las diferentes áreas. Cada una presentaba en este momento un diferente perfil y tratar de reunirlas provocaría mucha tensión innecesaria.

Se consolidaron y protegieron todas las zonas por el reverso y se estudió la mejor manera de realizar un soporte para cada una de ellas que permitiese también su futuro montaje y exposición.

Tras muchas pruebas, preguntas y mucha paciencia de mis colegas, se decidió que lo mejor sería hacer tres soportes para las tres áreas con resina epoxídica de madera; de esta manera cada uno soportaría un fragmento, un planteamiento respetuoso para la obra que nos hace entender que el paso del tiempo y las intervenciones del pasado dejan su huella.

Tengo que agradecer a Jane Williams, jefa de conservación y restauración del “Fine Arts Museum of San Francisco” por sus consejos y su ayuda inestimable para el tratamiento de esta obra que tanto respeto me causaba.
Con mucha gratitud por haber tenido la suerte de trabajar con tan generosas personas y haber aprendido tanto en este fantástico proyecto, ¡espero algún día poder ver este cartonaje expuesto en el museo!


Este proyecto ha sido posible en parte por el Instituto de Servicios de Museos y Bibliotecas.